El
Soneto
Introducción
La poesía es un ente vivo, ya que sale de las
vísceras de su autor, expresa sus sentimientos, pensamientos y pasiones, aun
cuando esto se niegue o desee ocultarse. La poesía entonces es perfección. Esta
es así por los principios antes expuestos, además por su carácter de creación.
La perfección en la forma de expresión ha
querido demostrarse, con ingenio, a través de los siglos y por todas la épocas,
movimientos y generaciones literarias. Así, también por artistas de la tinta
que no se encierran en ningunos de los caracteres antes mencionados. Pero sí se
ha buscado una forma escritural igual para todos, aunque muchos solo respeten
las normas más características.
El soneto representa esa búsqueda de perfección.
Concepto
Antes de hablar del concepto en sí del soneto
debemos aclara su sentido epistemológico. La palabra soneto proviene de sonetto
en italiano, que deriva a la vez de sonus (sonido en latín).
Ahora bien, podemos definir El Soneto como una
composición poética de catorce versos de arte mayor endecasílabos (14 versos)
en su forma clásica, dos estrofas de cuatro versos o cuartetos y dos de tres
versos o tercetos. Este en sus orígenes tenía un formato para distribuir su
contenido: el primer cuarteto presentaba el tema, el segundo lo amplia,
mientras que el primer terceto, reflexiona sobre la idea central o expresa
sentimientos ligado a este y el terceto final realiza una grave reflexión con
sentimiento profundo, desatada por los versos anteriores, es decir, que, en el
soneto, a la manera clásica, se presenta o puede observar, una introducción, un
desarrollo y una conclusión.
Sus orígenes se remontan a la Sicilia (Italia)
del Siglo XIII y de aquí se difundió por toda la Península Itálica. Sus precursores
fueron: Pedro de Vignes, Guittone d´Arezzo, Guido Guinizzelli, etc. Éste último
fue preceptor de Dante Alighieri, quien, en su obra Vita nouva, creó algunos
sonetos de amor a su amada Beatriz. Para concluir con este apartado a Francesco
de Petrarca se le considera el inventor del soneto, porque aparte de crearlo a
menudo en su Cancionero (Canzoniere), con expresión sublime y ciertamente
sutil, inspirado por Laura, su amada, le dejó establecida la imagen actual: dos
cuartetos y dos tercetos, con el orden estable de la rima, y, sobre todo,
porque fue él quien lo llevó al apogeo a partir del Renacimiento italiano.
Desde ese momento Petrarca ha tenido poetas imitadores y seguidores en muchos
países, en muchas lenguas, quienes han inmortalizado el soneto con el pasar del
tiempo.
Desarrollo
El soneto clásico una combinación fija en sus
dos cuartetos: el primer verso rima con el cuarto y el segundo con el tercero,
dando más libertad en los tercetos. Los temas son muy variados y van desde lo
satírico a lo amoroso y lo metafísico.
El soneto clásico fue cultivado por autores
como: Lope de Vega, Miguel de Cervantes, Luis de Góngora, Francisco de Quevedo,
Calderón de la Barca y Sor Juana Inés. Cervantes utilizó la forma dialogada, no
común. Los autores del Barroco juegan con la forma del soneto, pero no con su
estructura esencial. Vamos a ver una muestra en Lope de Vega, en un soneto
explicando su definición de soneto:
Un soneto me manda hacer Violante
que en mi vida me he visto en tanto aprieto;
catorce versos dicen que es soneto;
burla burlando van los tres delante.
Yo pensé que no hallara consonante,
y estoy a la mitad de otro cuarteto;
mas si me veo en el primer terceto,
no hay cosa en los cuartetos que me espante.
Por el primer terceto voy entrando,
y parece que entré con pie derecho,
pues fin con este verso le voy dando.
Ya estoy en el segundo, y aun sospecho
que voy los trece versos acabando;
contad si son catorce, y está hecho.
El Romanticismo no prestó mucha atención a esta
forma poética, tanto así que, Bécquer cuenta con un único soneto en sus Rimas.
Céfiro dulce que vagando alado
entre las frescas, purpurinas flores,
con blando beso robas sus olores,
para extenderlos por el verde prado;
las quejas de mi afán y mi cuidado
lleva a la que, al mirar, mata de amores,
y dile que un alivio a mis dolores
dé y un consuelo al ánimo angustiado.
Pero no vayas, no; que si la vieras
y tomando sus labios por claveles
el aroma gustar de ellos quisieras,
cual con las otras flores hacer sueles
aunque a mi mal el término pusieras
tendría de tu acción celos crüeles.
En el soneto modernista se sigue, con
frecuencia, el orden clásico de los cuartetos, pero se utilizaron también
nuevas fórmulas escriturales, rompiendo así, con una tradición de antaños. En
esta época aparecen varias innovaciones métricas: se utilizan versos de otras
medidas. Además, aparecen sonetos polimétricos, que presentan en un mismo
poema, versos de diferentes medidas, desde trisílabos hasta Alejandrinos. Un
autor que realizó estos juegos fue Rubén Darío, máximo representante de Modernismo
Hispanoamericano.
Horas de pesadumbre y de tristeza
paso en mi soledad. Pero Cervantes
es buen amigo. Endulza mis instantes
ásperos, y reposa mi cabeza.
Él es la vida y la naturaleza,
regala un yelmo de oros y diamantes
a mis sueños errantes.
Es para mí: suspira, ríe y reza.
Cristiano y amoroso y caballero
parla como un arroyo cristalino.
¡Así le admiro y quiero,
viendo cómo el destino
hace que regocije al mundo entero
la tristeza inmortal de ser divino!
Otro de los autores que rompió con el soneto
tradicional fue Manuel Machado en su poema “Madrigal de madrigales”.
Una recuperación modernista es el sonetillo,
que es un soneto de arte menor, como es el caso de Tomás de Iriarte. Los
autores de la Generación del 27 utilizaron el soneto con mucha frecuencia.
García Lorca lo cultivó en sus “Sonetos del Amor Oscuro”. El soneto mantiene su
vitalidad hasta la posguerra gracias a escritores que lucharon por mantener su
sonoridad, como es el caso de Blas de Otero, representante del movimiento
español de La Poesía Social, desarrollado en España entre los años de 1950 y
1960. Durante los años 60 y 70 cayó en un relativo descuido, pero poetas
posteriores lo han tomado, aunque con un cierto aire de ironía.
Si prestamos atención a un soneto clásico,
veremos que, a veces se rompe la armonía y se convierte en algo caótico, esto
por buscar mantener la rima y la cantidad de sílabas. Pero en sentido general
es armonioso y musical.
En República Dominicana el soneto tuvo sus
cultivadores como es el caso de Arsenio Jiménez Polanco en su libro “Sonetos
Honrados al Rey” estos son de corte religioso. Juan Freddy Armando nos deleita
con la escritura de algunos sonetos ricos en contenidos amorosos, sociales y
metafísicos y uno dedicado a Rubén Darío
EL NENÚFAR DE DARÍO.
Yo quise haberle cantado al nenúfar como flor
pero cuentan que Machado mostró esa planta a Darío,
pues la había visto en sus versos con mucho brillo y primor.
“Hermano, no sé qué es eso” dijo Rubén hecho un lío.
Ignoraba su ancha hoja, desconocía su color,
Machado le dijo: “Es blanco, se acurruca con el frío,
tiene los rizomas largos y el agua le da rubor,
es nudoso, feculento, prefiere la posa al río.
Poeta, alégrate, poeta, porque estás lleno de amor:
sin conocerlo cantaste al griego macho cabrío
y un nenúfar inventaste para amarlo con candor.
No te preocupes, mi bardo, que en tu letra no hay baldío”
Y entonces Rubén Darío, contento y con pundonor,
le cantó en voz de tenor: “De mi nenúfar me río”.
Un poeta que sin dudas ha encontrado su pasión
por le soneto es León David. En sus poemas se desgarra y desgarra. En su libro
“Cincuenta Sonetos para Amansar la Muerte” podemos observar su gran destreza
para utilizar de forma gloriosa sus habilidades para este cultivo. Debemos
notar que sus temas sin existenciales y metafísicos.
Entre los dominicanos el soneto ha tenido sus
grandes cultivadores, tomando las riendas de este verso elegante y sonoro para
expresar su sentires y pasiones, aun que sin novedades aparentes hasta el
Vedrinismo. En Virgilio Díaz Ordoñez se puede presagiar la tristeza al leer sus
versos en este estilo. Mientras que para el postumista Domingo Moreno Jimenes
nos regala sus sonetos de su primera etapa con un corte clásico. Franklin
Mieses Burgos, Manuel Rueda, entre otros, fueron cultivadores de esta
elegancia.
Maldije mi dolor, y, ciegamente
apure los placeres de la vida,
a la luz de la luna enternecida
o enroscado en la fulgida serpiente.
Tras cada ignoto anhelo o ansia ardiente
quedaba mi alma cándida Sumida
en un mar de estupor, y enmustecida
la flor de gasa y oro de mi frente
Hube de despertar, al fin, del sueño
y lejos de la senda del ensueño
vague mil veces con la faz tediosa.
Mas, a poco lance mi alado ruego,
y herido por la flecha del dios ciego
fui a implorar a la puerta de una hermosa.
Domingo Moreno Jimenes.
El
soneto ha evolucionado y sin embargo a logrado mantener su sonoridad y
estructura clásica en la mayoría de sus autores.
Referencias